“Nuestros comportamientos, aunque sean aberrantes, execrables, terroristas o inhumanos, no son fruto de una enfermedad mental”
Artículo de opinión del doctor Zoilo Fernández, psiquiatra de la clínica de salud mental de Sevilla SAMU Wellness desde su apertura en 2017. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Zaragoza, durante su extensa carrera destaca su paso como director del Hospital Psiquiátrico de Teruel y del Instituto Psicoanalítico de Zaragoza, además de su trabajo en la unidad de salud mental del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla y como jefe de área de Rehabilitación en el Instituto Andaluz para la Reforma Psiquiátrica.
El pececito
Si psiquiatrizamos el comportamiento humano, las cárceles no serían tales, serían hospitales psiquiátricos.
La racionalidad de las manifestaciones de la asesina confesa de Gabriel Cruz y la inteligencia desarrollada en la presumible ocultación de las pruebas que le inculpan, nos hace pensar en la existencia de una conducta asocial, no relacionada con una alteración de las facultades mentales de Ana Julia Quezada, al menos inicialmente. Este tipo de conductas, pese a la primera reacción que podamos tener como espectadores, no requieren tratamiento psiquiátrico y sí precisan de la aplicación de las normas fijadas por la sociedad para este tipo de conductas.
Nuestra sociedad, en su evolución, en su cultura, en el sentir y vivir democrático de las personas que la integran, ha elaborado normas con rango de leyes. Estas normas son escritas, fijadas y aplicadas en su ejecución por quienes nos representan en esa labor; y siempre en el ámbito de los derechos humanos, de la dignidad y de la justicia.
A todas las conductas humanas podemos encontrarle un porqué, bien sea psicológico, sociológico o de otra índole; hasta por qué yo soy psiquiatra y usted, lector, tiene cualquier otra profesión.
Nuestros comportamientos, aunque sean aberrantes, execrables, terroristas o inhumanos, no son fruto de una enfermedad mental. Son el resulta de nuestra condición humana: biografía, historia, sociedad, carencias, genética, frustraciones, anhelos… Y aun más: religión, cultura, ideología, fanatismo…
Esta realidad no se puede reducir a un simple diagnóstico de una patología mental, y a un tratamiento de una enfermedad psiquiátrica.
El hombre es un ser social en armonía con su individualidad. Aprendemos a distinguir lo bueno de lo malo; dónde terminan los derechos de uno y dónde comienzan lo de los otros. Ya en nuestro código genético está grabada esa condición de ser social. Con el desarrollo afectivo en la infancia, con la educación y con la integración sociolaboral, llevamos a sus últimas consecuencias nuestra condición de individuos sociales.
Si siendo adultos no contenemos y adecuamos nuestros impulsos, ahí está la sociedad para preservarse y preservarnos de los actos.
El sujeto único
Ante un acontecimiento, una imagen o una situación que genere un impacto emocional a nivel individual, una comunidad local, nacional, internacional e incluso mundial, me atrevería a decir, puede responder como un individuo único. Este fenómeno se ha visto muy favorecido por las redes sociales y mediáticas. Una comunidad con un solo oído, una sola voz y un único sentimiento expresado a través de la red:
Gabriel, el pececito.
El niño en los brazos de un voluntario en la isla de Lesbos
La pareja en el pantano…
La masacre en Siria
La noticia tiene que ser novedosa y sorpresiva, y además debe ser impactante desde el punto de vista de los sentimientos. Si la imagen se repite, el efecto emocional desaparece. “El sujeto comunitario”, como tal, se diluye.
Antes de la existencia de estas redes sociales y medios todo era lejano. Solo se respondía ante la información que llegaba a una comunidad aludida o implicada por la noticia. Hoy cada ciudadano es un corpúsculo, una célula del “sujeto social” que responde a un impacto emocional con sentimiento, con empatía o con una conducta activa.
Se produce una resonancia sentimental que se multiplica o se potencia en la transmisión de esa misma información procedente de la red y que se vuelca nuevamente a la red. Tiene por tanto un carácter “invasor”, de ahí la palabra “viral”.
Si ya hemos sido contagiados previamente por la repetición de noticias similares, deja de existir la respuesta emocional: estamos “vacunados”. Establecemos defensas ante la movilización sentimental para mantener la rutina de la vida y la economía emocional.
La bruja de la capucha
Ante un acto execrable o terrorífico que conmociona a una población, es necesario conocer al causante o responsable del mismo. Si se oculta o se desconoce, la comunidad no descansa hasta que lo encuentra. La sociedad necesita descubrir al hacedor y conocer las motivaciones que le llevaron a ese hecho. Después lo etiqueta, para finalmente aplicar el castigo (linchamiento).
Es liberador considerar la locura como causa de sus actos, y así encontrar una explicación patológica en el origen de su comportamiento.
La sociedad queda así liberada de la angustia que le produce sus contradicciones internas. Queda a salvo de tomar conciencia de la incapacidad para controlar las fuerzas individualistas de sus componentes que ponen en riesgo constante la armonía social.
(Fotografía: Imagen publicada en Twitter. Carla Navarro)