Parar, pensar y sentir cómo comemos
Desayunar con la radio y apurando la tostada para no llegar tarde al trabajo; almorzar frente a una pantalla de ordenador o con los compañeros; cenar con las noticias y el móvil a un lado para comprobar esos mensajes de Whatsapp que no se pudieron responder durante el día. Y mientras tanto, casi no saber qué comemos, ni cómo ha llegado a nuestra boca. La radiografía no es perfecta, pero sí se acerca a una realidad común: presionados por mil tareas, mil planes y mil conversaciones virtuales, dedicamos cada vez menos tiempo a nuestra alimentación y, sobre todo, le dedicamos un tiempo de peor calidad. El mindful eating o la “alimentación consciente” es una tendencia que aboga por parar, pensar, y sentir cómo comemos.
“Se trata de prestar atención de manera deliberada a la comida y ser totalmente consciente de lo que sucede tanto en el interior del cuerpo como en tu entorno”, explica Benito Bermúdez. Él será el instructor de un curso de ocho sesiones (más una introducción y una jornada intensiva) que se impartirá a partir del 28 de septiembre en la clínica de salud mental SAMU Wellness. El 21 de septiembre se ofrecerá una charla de introducción (pincha aquí para más información e inscripciones).
Como su nombre indica, el mindful eating parte de una aplicación de las técnicas de mindfulness a nuestras pautas alimenticias. Fue la pediatra Jan Chozen Bays quien, hace ya un par de décadas, sentó las bases de la alimentación consciente. El título de su libro más reconocido, Comer atentos (Ed. Kairós), da una idea clara de cuál es la premisa: prestar atención al cómo y para qué comemos, y adoptar unos hábitos de relación consciente con los alimentos.
Se trata de volver a conectar con los sentidos, y de esta forma sentir cómo nuestro cuerpo recibe los alimentos. Tomar la manzana; tocarla; observar su color; el sonido que hace al recibir nuestro primer mordisco; paladear las primeras gotas del jugo en nuestra boca; y sentir cómo entra en nuestro cuerpo hasta saciar (o no) el hambre que teníamos. Para Benito Bermúdez, es una forma de conexión con nuestro cuerpo que todos tenemos, pero que se pierde en la maraña de la prisa y el ruido. Por eso, para desenterrarla hay que entrenar.
El primer paso del entrenamiento es parar y tomar conciencia interior y exteriormente. Recibir muchos estímulos simultáneos provoca un déficit de atención sobre algunas actividades que se manifiesta aún más claramente en aquellas que pueden ser repetitivas, y que acabamos realizando mecánicamente. Por eso, muchos programas aconsejan establecer alguna pauta de desconexión antes de comenzar a comer, como por ejemplo tomar un vaso de agua. Una vez que hemos cambiado nuestro estado mental, conviene reflexionar sobre la forma en que hemos recibido el alimento: ¿Dónde lo hemos adquirido? ¿De dónde viene? ¿Cómo lo he cocinado?
Los nueve tipos de hambre
A partir de ahí, estaremos preparados para sentir los nueve tipos de hambre que se distinguen en la alimentación consciente: el hambre visual; el hambre olfativa; el hambre auditiva (“no es lo mismo comer algo crujiente a meter ese alimento en un líquido y que no suene; el crack genera un placer”, comenta Bermúdez); el hambre gustativa; el hambre táctil; el hambre estomacal (basada en “sentir” tu estómago, la plenitud y si el alimento produce satisfacción); el hambre celular (más profunda y sutil: ¿Por qué me apetece un zumo de naranja? ¿Tengo necesidad de vitamina C?); el hambre mental, en la que intervienen pautas sociales, culturales o incluso morales (¿Debería o no debería comer este pastel? ¿Renuncio a comer carne?); y el hambre “del corazón” o emocional, que implica la relación del hambre con la emoción y que Bermúdez comenta con un ejemplo gráfico: “Imagina que comes un plato de lentejas que te recuerda a cuando comías las lentejas en casa de tu abuela”.
El mindful eating no es una dieta ni nada que se le parezca. Más bien al contrario, parte de la tesis de que las dietas, basadas en el juicio sobre qué comemos, suelen fracasar a largo plazo. “No hay un alimento bueno o malo”, opina Bermúdez, que incide en que la alimentación consciente se trata de “tomar conciencia a través de los sentidos” de aquello que comemos.
Por eso, el curso que se impartirá a partir del 28 de septiembre en la Clínica SAMU Wellness, bajo la coordinación de una psicóloga experta en Mindfulness, Dulce María Franco Medina, está orientado a personas de cualquier talla y peso, sin que sea necesario que tengan experiencia en la práctica del mindfulness. Sólo hace falta estar dispuesto a escuchar el propio cuerpo para encontrar unos hábitos de alimentación más saludables. “El objetivo del programa es redescubrir una relación sana con los alimentos. Dicho de otra forma, cuando yo como con atención plena soy consciente de qué como, cómo lo como, dónde lo como, y por qué lo como”, resume el instructor. Esto permite al participante descubrir patrones de conducta que permanecían ocultos. Por ejemplo, ¿por qué como con ansiedad? ¿Qué la provoca? ¿Por qué obtengo una satisfacción momentánea al ingerir ese alimento?
El programa está estructurado en ocho sesiones teóricas y prácticas de dos horas y media cada una y un día de retiro de práctica intensiva. Pero como se trata de la alimentación, el mindful eating tiene la ventaja de que todos los días se puede practicar. Al fin y al cabo, se trata tan solo de mejorar una relación que es para siempre, entre nosotros y aquello que nos mantiene con vida: los alimentos.